La situación no es fácil. Leo Messi y Josep Maria Bartomeu están sentados jugando una partida de ajedrez. Cada movimiento tiene una respuesta más fuerte y efectiva y solo puede ganar uno. El presidente ofreció su cabeza si el argentino salía en público diciendo que él era el problema. Messi respondió no acudiendo a las pruebas PCR y por ende al primer entrenamiento de la plantilla el próximo lunes en la Ciutat Esportiva Joan Gamper. Leo Messi siente que indirectamente le han empujado a salir. Los movimientos de Bartomeu no han sido buenos: el despido de Valverde, la contratación de Setién y Sarabia, la pésima planificación y un futuro desolador por delante. Si echamos la vista atrás, no hace falta mucho tiempo, Bartomeu aseguraba que Messi renovaría: "Está muy tranquilo y no tengo ninguna duda que se retirará en el Barça. Tenemos la obligación de renovarle". Hace menos de dos meses. Por medio, una infinidad de malas decisiones que han hecho que sus peones caigan. El colmo, para algunos, fue la llamada de Ronald Koeman a Luis Suárez, su gran amigo, comunicándole en menos de dos minutos que no contaba con él para la siguiente temporada. Las formas, seguramente, podrían ser mejores. Además, en este juego, Leo tiene algo a su favor: el público. El aficionado culé se ha posicionado, de manera mayoritaria y clara, con el argentino.
La partida, que está siendo larga y enrevesada, no terminará pronto. Desde el Barça siguen en sus trece: si Leo quiere marcharse, tendrá que ser a través de un traspaso o del pago de la cláusula, que es de 700 millones de euros. Cada vez se hace más difícil, viendo los movimientos de ambas partes, que la salida del máximo goleador de la historia del club y el emblema del Barça en la era moderna, sea de forma amistosa. La partida aún no ha terminado.