Y de esa manera -desborde y centro atrás de Blanco-, logró la igualdad. Los goles, justamente, fueron la prueba perfecta de la búsqueda de cada uno, de qué están hechos, de cuál es su ADN futbolístico. La falta de claridad, en el local, y la falta de ambición, en el visitante, explican por qué a ninguno le alcanzó con esas armas para quedarse con este superclásico.
River apabulló a Boca casi antes del pitazo inicial. Más precisamente cuando se conoció la formación ofensiva que eligió Demichelis. En los primeros 15 minutos lo asfixió con esa intensidad que lo caracteriza y que la complementó con una última línea bien adelantada, liderada por Paulo Díaz. Un equipo corto, diseñado para jugar y presionar constantemente en campo rival. El 4-3-1-2, como cualquier esquema, es sólo un envase. El contenido es lo más importante. Y Demichelis apostó por jugadores ofensivos para rellenar ese sistema. Nacho Fernández y Barco a los costados del debutante Villagra, el Diablito Echeverri de enganche y Solari-Colidio arriba. Un detalle no menor: Solari no por afuera sino por adentro, donde más rinde y más próximo está del gol (spoiler alert).
Boca, en ese lapso, estaba acorralado. No podía jugar. Parecía que respirar, tampoco. Y apelaba a la infracción casi sistemática para intentar detener cada avance vertiginoso de River. Fueron siete foules y un amonestado (Figal) en esos 15' iniciales, que incluyeron tres rechazos de Romero a la platea San Martín. Si quería construir desde la salida, la presión alta del local se lo impedía. Si optaba por salir en largo para Cavani y Merentiel, caía en la imprecisión. Un panorama complicado.
Pero a medida que fueron pasando los minutos, esa virtud manifiesta de River (jugadores de corte ofensivo y de buen pie del medio hacia adelante) empezó a jugarle en contra y eso fue lo que sacó a Boca del fondo para emparejar el juego. Porque la intensidad de River disminuyó, aflojó en esa presión alta y así, los de Diego Martínez empezaron a encontrar espacios para tener una mayor secuencia de pases y poder progresar en el campo. El dispositivo táctico infliuyó a favor suyo: ese 4-4-2 de Diego Martínez se transformaba en la práctica en un interesante 4-2-2-2, con Saralegui y Zenón, los volantes externos, cerrándose y jugando con mucho criterio a los costados de Villagra. Y claro, a espaldas de Ignacio Fernández y Barco, que debían retroceder. Para muestra de esa dificultad, bien vale como ejemplo la amarilla a Nacho a los 18 minutos por cometerle infracción, corriéndolo de atrás, a Merentiel.
El contexto aparecía mejor para Boca porque, además, Medina se soltaba de ese doble cinco que formaba con Equi y el equipo lograba superioridad numérica en la mitad de la cancha. Circulaba la pelota con un Saralegui muy enfocado de afuera hacia adentro y le bajaba el ritmo a un River que se sentía incómodo corriendo detrás del balón. Pero al visitante, en ese primer tiempo, le faltó traducir esa supremacía posicional en jugadas de peligro. Con Cavani totalmente intrascendente y con Merentiel neutralizado por Paulo Díaz, no tuvo profundidad para atacar al espacio y hacerlo trabajar a Armani.
Con el 1-0 de Solari casi en el inicio del segundo tiempo, el partido se hizo más abierto, de ida y vuelta. Boca se vio obligado a pararse unos metros más adelante y Martínez movió el banco en busca de la igualdad: afuera Cavani y Saralegui, adentro Langoni y Blondel. Parráfo aparte para esos cambios, que sonaron raros. Primero, porque Saralegui estaba haciendo un buen partido. Y segundo, porque Cavani, aunque no había pesado en absoluto, no deja de tener la chapa de su historia y más cuando había que ir por el empate.