El volumen está ligeramente desgastado, marcado por manchas y pequeños desgarros, que fueron cuidadosamente remendados con hilos. A pesar de esto, el texto sigue siendo extraordinariamente legible, escrito con letras cuadradas similares a las de los rollos de la Torá de las sinagogas de todo el mundo.
La Biblia -una de las dos únicas Biblias hebreas de la época completas o prácticamente completas que se conservan- se fabricó en el actual Israel o Siria y contiene lo que se conoce como texto masorético, en honor a los masoretas, un linaje de eruditos-escritores que vivieron en Palestina y Babilonia entre los siglos VI y IX y que crearon sistemas de anotación para garantizar que el texto se leyera y transmitiera correctamente.
El libro también incluye varias inscripciones que trazan los cambios de propiedad a lo largo de los siglos. La más antigua es una escritura de venta de alrededor del año 1000 d. C., en la que se indica que fue vendido por Jalaf ben Abraham, un hombre de negocios que trabajaba en Palestina y Siria, a Isaac ben Ezequiel el-Attar, quien finalmente lo cedió a sus hijos.
Otra inscripción señala que, casi 200 años después, se dedicó a la sinagoga de la ciudad de Makisin, en el noreste de Siria. Tras la destrucción de la sinagoga, se confió a un hombre llamado Salama bin Abi al-Fakhr, que debía devolverla cuando se reconstruyera la sinagoga.
La sinagoga no se reconstruyó. Y no está claro qué ocurrió con la Biblia desde entonces hasta 1929, cuando fue adquirida por el coleccionista y erudito David Solomon Sassoon.
Pero ahora «vuelve a Israel, y vuelve a casa», expresó Irina Nevzlin, presidenta del consejo del museo, en una entrevista. «Es el lugar adecuado», agregó.